Viernes V de Pascua, Felipe y Santiago apóstoles: -Señor, muéstranos al Padre; eso nos basta.

En aquel tiempo, Jesús le respondió a Tomás:

-Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis, pues ya lo habéis visto.

Entonces Felipe le dijo:

-Señor, muéstranos al Padre; eso nos basta.

Jesús le contestó:

– Llevo tanto tiempo con vosotros y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. Cómo me pides que os muestre al Padre?

No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra.

Debéis creerme cuando afirmo que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no creéis en mis palabras, creed al menos en las obras que hago.

Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo me voy al Padre.

En efecto, cualquier cosa que pidáis en mi nombre, os la concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Os concederé todo lo que pidáis en mi nombre.

*

Juan 14,6-14

***

Si la primera lectura nos ha hablado de Santiago, ésta, en cambio, nos presenta un diálogo entre Felipe y Jesús, precedido de una autorrevelación que Jesús ofrece a Tomás. «Yo soy el camino, la verdad y la vida (v. 6); de este modo, a través del apóstol Tomás, Jesús nos indica a todos nosotros el camino que debemos recorrer para alcanzar la comunión con el Padre. Jesús es el único mediador entre el Padre y nosotros, y lo es desde siempre y para siempre.

También a Felipe le habla Jesús del Padre: éste es el punto de conexión entre las dos partes del fragmento evangélico.

Jesús confirma que, ya desde ahora y a través de su persona, podemos conocer a Dios; es más, podemos verle, y de este modo creer en la plena comunión que une a Jesús con Dios Padre. Y no sólo esto, sino que sus mismas palabras nos revelan la comunión que une a Jesús con el Padre y nuestra relación filial con el Padre. Escuchar y acoger la Palabra de Dios que llega a nosotros por medio del evangelio significa allanar el camino que nos conduce al Padre.

Además de sus palabras, también las obras de Jesús -de las que conservamos un vivo recuerdo en los relatos evangélicos-, acogidas en la fe, constituyen otros tantos caminos que se abren ante nosotros para comprender la verdadera identidad de Jesús, su relación con el Padre y nuestra relación con ambos.

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A propósito de  1 Corintios 15,1-8

Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié, que recibisteis y en el que habéis perseverado.

Es el Evangelio que os está salvando, si lo retenéis tal y como os lo anuncié; de no ser así, habríais creído en vano.

Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce.

Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si bien algunos han muerto.

Luego se apareció a Santiago y, más tarde, a todos los apóstoles.

Y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara.

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El vocabulario empleado por Pablo al comienzo de esta página deja entrever la importancia fundamental de la tradición en los comienzos de la comunidad cristiana: «Yo os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí».

A través de la tradición apostólica llegan a nosotros las noticias relativas al acontecimiento histórico-salvífico de la Pascua del Señor; a través de la tradición apostólica podemos remontarnos los cristianos a los orígenes e insertarnos en el flujo salvífico de aquella gracia.

Encontramos aquí también una antiquísima profesión de fe que, con bastante probabilidad, se remonta a los primeros momentos de la vida de los cristianos: «Que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce» (vv. 3-5).

Si es verdad que la tradición apostólica nos transmite el mensaje que salva, también lo es que nuestra profesión de fe actualiza ese mismo mensaje y lo hace eficaz para la salvación.

El apóstol de los gentiles se preocupa también de citar a los primeros grandes testigos del Señor resucitado: Pedro, en primer lugar, y, a continuación, Santiago y todos los demás apóstoles; al final se encuentra el mismo Pablo, último entre todos, aunque es un eslabón importante de esta misma tradición.

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Mientras estaba sentado en el Ermitage frente al cuadro, tratando de empaparme de lo que veía, muchos grupos de turistas pasaban por allí. Aunque no estaban ni un minuto ante el cuadro, la mayoría de los guías se lo describían como el cuadro que representaba a un padre compasivo, y la mayoría hacían referencia al hecho de que fue uno de los últimos cuadros que Rembrandt pintó después de llevar una vida de sufrimiento. Así pues, de esto es de lo que trata el cuadro. Es la expresión humana de la compasión divina.

En vez de llamarse El regreso del hijo pródigo, muy bien podría haberse llamado La bienvenida del padre misericordioso.  Se pone menos énfasis en el hijo que en el padre. La parábola es en realidad una «parábola del amor del Padre» Al ver la forma como Rembrandt retrata al padre, surge en mi interior un sentimiento nuevo de ternura, misericordia y perdón. Pocas veces, si lo ha sido alguna vez, el amor compasivo de Dios ha sido expresado de forma tan conmovedora. Cada detalle de la figura del padre -la expresión de su cara, su postura, los colores de su ropa y, sobre todo, el gesto tranquilo de sus manos- habla del amor divino hacia la humanidad, un amor que existe desde el principio y para siempre.

Aquí se une todo: la historia de Rembrandt, la historia de la humanidad y la historia de Dios. Tiempo y eternidad se cruzan; la proximidad de la muerte y la vida eterna se tocan. Pecado y perdón se abrazan; lo divino y lo humano se hacen uno.

Lo que da al retrato del padre un poder tan irresistible es que lo más divino está captado en lo más humano .

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H. J. M. Nouwen, 

El regreso del hijo pródigo, 

PPC, Madrid 51995, p. 101

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Jueves V de Pascua: Permaneced en mi amor

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

– Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor. 

Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. 

Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo.

*

Juan 15,9-11

**

¿Cuál es el fundamento del amor de Jesús por los suyos? El texto responde a esta pregunta. Todo tiene su origen en el amor que media entre el Padre y el Hijo. A esta comunión hemos de reconducir todas las iniciativas que Dios ha realizado en su designio de salvación para la humanidad: “Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor” (v. 9). Ahora bien, el amor que Jesús alimenta por los suyos requiere una pronta y generosa respuesta. Ésta se verifica en la observación de los mandamientos de Jesús, en la permanencia en su amor, y tiene como modelo su ejemplo de vida en la obediencia radical al Padre hasta el sacrificio supremo de la misma.

Las palabras de Jesús siguen una lógica sencilla: el Padre ha amado al Hijo, y éste, al venir a los hombres, ha permanecido unido con él en el amor por medio de la actitud constante de un ‘sí’ generoso y obediente al Padre. Lo mismo ha de tener lugar en la relación entre Jesús y los discípulos. Éstos han sido llamados a practicar, con fidelidad, lo que Jesús ha realizado a lo largo de su vida. Su respuesta debe ser el testimonio sincero del amor de Jesús por los suyos, permaneciendo profundamente unidos en su amor. El Seńor pide a los suyos no tanto que le amen como que se dejen amar y acepten el amor que desde el Padre, a través de Jesús, desciende sobre ellos. Les pide que le amen dejándole a él la iniciativa, sin poner obstáculos a su venida. Les pide que acojan su don, que es plenitud de vida. Para permanecer en su amor es preciso cumplir una condición: observar los mandamientos según el modelo que tienen en Jesús.

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A propósito de Hechos de los Apóstoles 15,7-21

… Dios, que conoce los corazones, dio testimonio en favor de ellos, otorgándoles el Espíritu Santo como a nosotros. Sin hacer diferencia entre ellos y nosotros, purificó sus corazones con la fe. 

¿Por qué queréis ahora poner a prueba a Dios tratando de imponer a los discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros antepasados hemos podido soportar? 

Nosotros, en cambio, creemos que nos salvamos por la gracia de Jesús, el Seńor, y ellos, exactamente igual…

Por eso, yo pienso que no hay que crear dificultades a los paganos que se convierten. 

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*En la asamblea de Jerusalén están presentes dos preocupaciones: salvaguardar la universalidad del Evangelio y, al mismo tiempo, mantener la unidad de la Iglesia. La apertura al mundo pagano, es decir, la toma de conciencia de la universalidad del Evangelio, no da origen a dos Iglesias, sino a una única Iglesia con connotaciones pluralistas. Corresponde a Pedro la tarea de defender la opción de Antioquía. Y lo hace partiendo de su propia experiencia, apoyando plenamente la línea de Pablo, usando incluso su típico lenguaje teológico: ‘Creemos que nos salvamos por la gracia’ (v. 11). En consecuencia, no se habla de imponer el peso de la circuncisión o cualquier otro fardo insoportable.

El problema de la convivencia de las dos culturas, formas, mentalidades, tradiciones, fue planteado por Santiago, portador de las instancias de la tradición. No se opone a Pedro, pero sugiere algunas observancias rituales importantes para los judíos, que permitirán una convivencia que no ofenda la sensibilidad de los que proceden del judaísmo. Se trata de normas de pureza legal tomadas del Levítico. Para Santiago, las comunidades de los cristianos judíos y paganos son diferentes, pero deben vivir sin altercados: por eso es preciso dar normas prudentes.

Entre el discurso de Pedro, el último en Hechos de los Apóstoles, y el de Santiago se ha intercalado el testimonio de los hechos por parte de Bernabé y Pablo, y todo el conjunto viene después de ‘una larga discusión’ (v. 7). Ambos discursos podrían ser considerados como conclusión y resumen de un paciente ‘proceso de discernimiento comunitario’ en el que han sido expuestos, escuchados y discutidos a fondo todos los hechos y todos los argumentos. De este modo, queda salvada la libertad del Evangelio y, también, la unidad de la Iglesia. Es un método que se considera cada vez más como ejemplar y que se presagia como el normal en las distintas decisiones eclesiales.

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Intérprete de laúd, Jan Kupetzky1711

Uno de los más célebres músicos del mundo, que tocaba el laúd a la perfección, se volvió en breve tiempo tan gravemente sordo que perdió el oído por completo; sin embargo, continuó cantando y manejando su laúd con una maravillosa delicadeza. Ahora bien, como no podía experimentar placer alguno con su canto y su sonido, puesto que, falto de oído, no percibía su dulzura y su belleza, cantaba y tocaba únicamente para contentar a un príncipe, a quien tenía gran deseo de complacer, porque le estaba agradecidísimo, ya que había sido criado en su casa hasta la juventud. Por eso sentía una inexpresable alegría al complacerle, y cuando el príncipe le hacía seńales de que le agradaba su canto, la alegría le ponía fuera de sí. Pero sucedía, en ocasiones, que el príncipe, para poner a prueba el amor de su amable músico, le ordenaba cantar y se iba de inmediato a cazar, dejándole solo; pero el deseo de obedecer los deseos de su seńor le hacía continuar el canto con toda la atención, como si su príncipe estuviera presente, aunque verdaderamente no le produjera ningún gusto cantar, ya que no experimentaba el placer de la melodía, del que le privaba la sordera, ni podía gozar de la dulzura de las composiciones por él ejecutadas: ‘Mi corazón está dispuesto, oh Dios, mi corazón está dispuesto; quiero cantar y entonar himnos. Despierta, alma mía; despertad, cítara y arpa, quiero despertar a la aurora’.

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Francisco de Sales, 

Tratado del amor de Dios, IX, 9

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1º de Mayo: San José Obrero: “¿No es éste el hijo del carpintero?”

En la fiesta del 1º de Mayo, no podemos olvidarnos de que Jesús de Nazaret era un obrero, de estirpe de obreros, encallecidas sus manos con el trabajo diario, solidario con los que sufrían las injusticias y el desprecio, hermano de los “anawim“…

En aquel tiempo, Jesús fue a su pueblo y se puso a enseñarles en su sinagoga. La gente, admirada, decía:

– ¿De dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos? ¿No es éste el hijo del carpintero? No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? No están todas sus hermanas entre nosotros? De dónde, pues, le viene todo esto?

Y los tenía desconcertados. Pero Jesús les dijo:

-Un profeta sólo es despreciado en su pueblo y en su casa.

Y no hizo allí muchos milagros por su falta de fe.

*

Mateo 13,54-58

***

San Mateo comienza el relato de los «hechos» de la vida terrena de Jesús con el rechazo por parte de los habitantes de Nazaret: «De dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos?» (v. 54b). Acaso no es este Jesús sólo «el hijo del carpintero» (v. 55a)? La palabra  «carpintero» itektón) aparece únicamente en Me 6,3 y Mt 13,55, en todo el Nuevo Testamento. En el texto de Marcos el término se aplica a Jesús: es el único pasaje bíblico en el que se menciona el oficio ejercido por Jesús.

En el segundo texto, el de Mateo -que es el que nos propone hoy la liturgia para nuestra meditación-, el término se aplica a José. En Mc 6,3, los atónitos judíos presentes en la sinagoga de Nazaret reaccionan con una pregunta retórica: «No es éste el carpintero?». Mateo, en cambio, tal vez por su veneración a Jesús, convertido casi en objeto de escarnio con esta pregunta irreverente, cambia la misma pregunta por esta otra: «No es éste el hijo del carpintero?», transfiriendo el oficio a la figura de José.

***


*

Y EL VERBO SE HIZO CLASE

En el vientre de María

Dios se hizo hombre.

Y en el taller de José

Dios se hizo también clase.

*

Pedro Casaldáliga,
“Fuego y ceniza al viento. Antología espiritual”,
Sal Terrae, 1984,

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A propósito de Hechos de los Apóstoles 15,1-6

En aquellos días, algunos que habían bajado de Judea enseñaban a los hermanos:

– Si no os circuncidáis según la tradición de Moisés, no podéis salvaros.

Este hecho provocó un altercado y una fuerte discusión de Pablo y Bernabé con ellos. Debido a ello, determinaron que Pablo, Bernabé y algunos otros subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los apóstoles y demás responsables.

Provistos, pues, por la iglesia de Antioquía de todo lo necesario para el viaje, atravesaron Fenicia y Samaría contando la conversión de los paganos y llenando de gran alegría a todos los hermanos.

Al llegar a Jerusalén, fueron recibidos por la iglesia, los apóstoles y demás responsables, y les contaron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos. Pero algunos de la secta de los fariseos, que se habían hecho creyentes, intervinieron diciendo que era necesario circuncidar a los convertidos y obligarles a cumplir la ley de Moisés.

Entonces los apóstoles y los demás responsables se reunieron para estudiar este asunto.

***

En el comienzo del fragmento aparece planteada la cuestión que tanto interesó y turbó a los primeros discípulos: hace falta la circuncisión para salvarse? Pablo y Bernabé responden decididamente que no. Pero y si los que dicen lo contrario contaran con el aval de las columnas de la Iglesia de Jerusalén?

De ahí viene la solución: ir directamente a Jerusalén. Allí, tras un viaje en el que cuentan sus éxitos apostólicos, suscitando una «gran alegría a todos los hermanos», fueron recibidos por «la iglesia, los apóstoles demás responsables» y encuentran la misma oposición que hallaron en Antioquía por parte de los fariseos convertidos.

Su tesis es la típica de los judaizantes, contra los que Pablo tendrá que luchar durante mucho tiempo (cf. sobre todo Gal 5,6-12). Para éstos, la ley de Moisés tenía una validez perenne y, por consiguiente, también tenía que ser impuesta a los convertidos del paganismo. La cuestión es seria: de ahí que se convoque una reunión a la que asisten los apóstoles y los demás responsables.

          Según una variante occidental del texto original, asistieron también «el conjunto de los hermanos «. Son las premisas del celebérrimo «Concilio de Jerusalén«, la primera reunión oficial de la Iglesia para resolver una cuestión grave, de la que podía depender la difusión de la Palabra entre el mundo pagano. Sobre esta reunión se han derramado ríos de tinta (en parte por la dificultad de armonizar los datos de Lucas con los de Pablo). Con todo, la importancia de la reunión es indudable y sus resultados serán altamente  positivos.

***

Dios creó al hombre no para vivir aisladamente, sino para formar sociedad. De la misma manera, Dios «ha querido santificar y salvar a los hombres no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara en verdad y le sirviera santamente».

Desde el comienzo de la historia de la salvación, Dios ha elegido a los hombres no solamente en cuanto individuos, sino también en cuanto miembros de una determinada comunidad. A los que eligió Dios manifestando su propósito, denominó pueblo suyo (Ex 3,7-12), con el que además estableció un pacto en el monte Sinaí.

Esta índole comunitaria se perfecciona y se consuma en la obra de Jesucristo. El propio Verbo encarnado quiso participar de la vida social humana.

Asistió a las bodas de Caná, bajó a la casa de Zaqueo, comió con publicanos y pecadores. Reveló el amor del Padre y la excelsa vocación del hombre evocando las relaciones más comunes de la vida social y sirviéndose del lenguaje y de las imágenes de la vida diaria corriente.

Sometiéndose voluntariamente a las leyes de su patria, santificó los vínculos humanos, sobre todo los de la familia, fuente de la vida social. Eligió la vida propia de un trabajador de su tiempo y de su tierra […].

Sabemos que, con la oblación de su trabajo a Dios, los hombres se asocian a la propia obra redentora de Jesucristo, quien dio al trabajo una dignidad sobreeminente laborando con sus propias manos en Nazaret.

De aquí se deriva para todo hombre el deber de trabajar fielmente, así como también ei derecho al trabajo. Y es deber de la sociedad, por su parte, ayudar, según sus propias circunstancias, a los ciudadanos para que puedan encontrar la oportunidad de un trabajo suficiente.

Por último, la remuneración del trabajo debe ser tal que permita al hombre y a su familia una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual, teniendo presentes el puesto de trabajo y la productividad de cada uno, así como las condiciones de la empresa y el bien común.

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Gaudium et spes, 32 y 67

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Martes V de Pascua: Os doy mi propia paz.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

– Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar. No os inquietéis ni tengáis miedo.

Ya habéis oído lo que dije: ‘Me voy, pero volveré a vosotros’. Si de verdad me amáis, deberíais alegraros de que me vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. 

Os lo he dicho antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. 

Ya no hablaré mucho con vosotros, porque se acerca el príncipe de este mundo. Y aunque no tiene ningún poder sobre mí, tiene que ser así para demostrar al mundo que amo al Padre y que cumplo fielmente la misión que me encomendó.

*

Juan 14,27-31a

***

Este pasaje, con el que concluye el primer coloquio de Jesús con los suyos, es un fragmento compuesto, y contiene palabras de despedida y de consuelo por parte del Maestro, que deja su comunidad y vuelve al Padre. Jesús, al despedirse de los suyos, les desea la ‘paz’, el shalóm, que es el conjunto de los bienes mesiánicos, un don que viene de Dios y que Jesús posee. El motivo del consuelo debe prevalecer sobre el temor y la inquietud: él, Jesús, es la paz.

Por eso ańade Jesús una exhortación a la alegría. Aunque estén tristes por el alejamiento y el temor de quedarse solos, la separación de los discípulos respecto a Jesús es el paso hacia un bien mejor. Jesús va al Padre ‘porque el Padre es mayor’ que él, es la plenitud de su gloria (v. 28). Ahora bien, la vuelta del Hijo al Padre está unida de manera inseparable al escándalo de la cruz. Jesús, con las predicciones que les ha hecho sobre su próxima muerte, no sólo pretende sostener la fe de los discípulos en el momento de la pasión, sino que quiere mostrar que los hechos que van a tener lugar forman parte del proyecto de Dios. En consecuencia, los suyos no deberán desanimarse: la fe será su fuerza y su único consuelo.

El tiempo terreno del Maestro está ahora a punto de concluir, le quedan pocos momentos para conversar aún con sus discípulos, ‘porque se acerca el príncipe de este mundo’ (v. 30). Aunque se acerca Satanás, no tiene ningún poder sobre Jesús. Éste no tiene pecado y Satanás no tiene posibilidad de atacarle. La vida de Jesús está bajo el signo de la voluntad del Padre y se entrega libremente a la muerte en la cruz para que el hombre conozca la verdad.

***

A propósito de Hechos de los Apóstoles 14,19-28

Tras otro peligrosísimo episodio de intolerancia, resuelto sin llegar al drama gracias a que ‘sus discípulos lo rodearon’, Pablo -ahora protagonista, junto con Bernabé- toma el camino de vuelta y visita las comunidades recién fundadas. Se trata de una verdadera ‘visita pastoral’, en la que ambos confortan a los fieles y ponen las bases de una organización eclesiástica, es decir, ponen las bases para la continuidad de las comunidades.

Una continuidad garantizada por la conciencia del elevado coste del Reino de Dios: para entrar en el Reino de Dios ‘tenemos’ que pasar por muchas tribulaciones. Una continuidad garantizada por la presencia de responsables que creen en el Seńor y que han sido confiados a él. Los evangelizadores pasan; el Evangelio tiene que ser llevado continuamente adelante por nuevos evangelizadores y pastores. Esta preocupación por el futuro de la comunidad no puede disminuir nunca en la Iglesia, tampoco en nuestros días.

El viaje de vuelta está trazado a grandes rasgos, con rápidas pinceladas. Llegados a la iglesia de donde habían partido, contaron los abundantes frutos de la misión, sobre todo la confirmación de que Dios ‘había abierto a los paganos la puerta de la Fe’ (v. 27). El camino hacia los paganos parece ahora irreversible, y en Antioquía, ciudad abierta a la misión universal, es algo que parece obvio y pacífico. Pero no sucede así en todos los sitios. La parte menos dinámica de la Iglesia madre no piensa del mismo modo. Este dato será precursor de nuevos nubarrones, aunque también de clarificaciones decisivas.

***

Te encuentras siempre ante la alternativa de dejar hablar a Dios o dejar gritar a tu ‘yo’ herido. Aunque deba haber un lugar donde puedas dejar que la parte herida de ti obtenga la atención que necesita, tu vocación es hablar del lugar donde Dios habita en ti.

 Cuando permites que tu ‘yo’ herido se exprese en forma de justificaciones, disputas o lamentos, sólo consigues frustrarte aún más y te sentirás cada vez más rechazado. Reclama a Dios en ti y deja que Dios pronuncie palabras de perdón, de curación y de reconciliación, palabras que llamen a la obediencia, al compromiso radical y al servicio. Se requiere mucho tiempo y mucha paciencia para distinguir entre la voz de tu ‘yo’ herido y la voz de Dios, pero en la medida en que vayas siendo más fiel a tu vocación se volverá más fácil. No desesperes: has de prepararte para una misión que será difícil, pero fecunda.

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H. J. M. Nouwen, 

La voz interior del amor, 

PPC, Madrid 1997 ***

Lunes V de Pascua: Se trata de amor…

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

– El que acepta mis preceptos y los pone en práctica, ése me ama de verdad, y el que me ama será amado por mi Padre. También yo le amaré y me manifestaré a él.

Judas, no el Iscariote sino el otro, le preguntó:

– Seńor, ¿cuál es la razón de manifestarte sólo a nosotros, y no al mundo?

Jesús le contestó:

– El que me ama se mantendrá fiel a mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en él.

Por el contrario, el que no guarda mis palabras es que no me ama. Y las palabras que escucháis no son mías, sino del Padre, que me envió.

Os he dicho todo esto mientras estoy con vosotros; pero el Paráclito, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, hará que recordéis lo que yo os he enseñado y os lo explicará todo.

*

Juan 14,21-26

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Ell centro de interés del fragmento es la autorrevelación de Jesús, solicitada por una pregunta ulterior del apóstol Judas de Santiago. El Maestro había anunciado precedentemente a los discípulos que ya se había manifestado a ellos, aunque de un modo espiritual. Sin embargo, esas palabras no habían sido comprendidas por los suyos, que pensaban en una manifestación gloriosa y mesiánica delante de todos. Jesús se sirve de la pregunta del apóstol (v. 22) para plantear de nuevo el tema de la presencia de Dios en la vida del creyente (v. 23). Sólo quien ama está en condiciones de observar la Palabra de Jesús y de acoger su manifestación espiritual e interior. 

Y quien observa esta Palabra (= los mandamientos) será amado por él y por el Padre. Más aún, quien muestre amor a Jesús recibirá en su propia intimidad la presencia del mismo: Jesús habitará en su corazón junto con el Padre y el Espíritu. Esta manifestación del Seńor es espiritual. Se identifica con la presencia de Cristo en el alma de quien vive de manera conforme a su Palabra.

Esta presencia interior de Jesús constituye la ‘escatología realizada’ entre Dios y los hombres. La inhabitación de la Trinidad en el creyente está, pues, condicionada no tanto por Dios como por nosotros mismos: amar a Jesús y observar su Palabra. En cambio, quien no ama ni practica los mandamientos no puede formar parte de esta vida de Dios (v. 24).

En este punto del coloquio, Jesús, lanzando una mirada retrospectiva a toda su misión de revelador, establece una distinción entre su enseñanza y la del Espíritu (vv. 25s): el tiempo de Cristo lleva en sí la verdad, porque Jesús es ‘la verdad’ (14,6); el tiempo del Espíritu la ilumina y la hace penetrar en el corazón de los creyentes, porque ‘el Espíritu es la verdad’ (1 Jn 5,6).

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A propósito de Hechos de los Apóstoles 14,5-18

Estamos de nuevo ante un episodio de curación que continúa el paralelismo entre los hechos de Pedro y los de Pablo (la referencia a la curación del paralítico en la puerta ‘Hermosa’ es evidente). Lucas usa aquí, como en otros lugares, el verbo ‘salvar’ en el sentido de ‘curar’, tal como recoge la traducción que presentamos.

La reacción del público, en cambio, es nueva. Mientras la reacción normal a un milagro entre los judíos era la de dar gloria a Dios (cf. 4,21), aquí, entre los paganos, se da gloria a los hombres. Había una antigua leyenda, ambientada en un pueblo no alejado de Listra, referente a Filemón y Baucis, dos agricultores que dieron hospitalidad a Zeus y a Hermes. Esta leyenda, recogida por Ovidio, debía de ser muy conocida por los habitantes de la región. Los honores tributados a los dos personajes estaban dictados también por la preocupación de no caer en el duro castigo que propinaron los dioses a los que no los acogieron. Hermes era venerado además como dios de la salud, y Pablo había curado al paralítico. Había, por tanto, más de un motivo para honrar como es debido a los dos extraordinarios personajes. 

El discurso que sigue a continuación refleja una situación de emergencia y desconcierto. Pero es importante, porque se trata del primer discurso dirigido a los paganos. No se citan las Escrituras, pero sí aparece una invitación explícita a que abandonen los ídolos y se conviertan al Dios vivo y verdadero, creador de todas las cosas. Es probable que se trate de la argumentación típica empleada por los evangelizadores respecto a los paganos, una argumentación que ya había hecho muchos prosélitos entre ellos. Estamos ante un ejemplo de inculturación y de adaptación a la situación.

El hecho de que Bernabé y Pablo se rasgaran los vestidos y reaccionaran con espanto puede ser motivo de reflexión para los que no desdeńan los fáciles honores y los reconocimientos por méritos apostólicos.

***

Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándote, quiero convertirme totalmente en deseo de saber para aprender todo de ti; y después, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las impotencias, quiero fijarte siempre y permanecer bajo tu gran luz, oh mi Astro amado, fascíname para que ya no pueda salir de tu resplandor.

Oh Fuego que consume, Espíritu de amor, ven a mí, para que se produzca en mi alma como una encarnación del Verbo; que yo le sea una humanidad ańadida en la que él renueve todo su misterio. Y tú, Padre, inclínate sobre tu pobre y pequeńa criatura, cúbrela con tu sombra, no veas en ella más que al Bienamado en el que has puesto todas tus complacencias.

Oh mis ‘Tres’, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en que me pierdo, me entrego a ti como una presa, entiérrate en mí para que yo me entierre en ti, mientras espero ir a contemplar en tu luz el abismo de tu grandeza.

***

Isabel de la Trinidad,

cit. en A. Hamman, Compendio de la oración cristiana, 

Edicep, Valencia 1990, p. 204

***

Domingo V de Pascua: El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante

En la oquedad de nuestro barro breve
el mar sin nombre de Su luz no cabe.
Ninguna lengua a Su Verdad se atreve.
Nadie lo ha visto a Dios. Nadie lo sabe.

Mayor que todo dios, nuestra sed busca,
se hace menor que el libro y la utopía,
y, cuando el Templo en su esplendor Lo ofusca,
rompe, infantil, del vientre de María.

El Unigénito venido a menos
traspone la distancia en un vagido;
calla la Gloria y el Amor explana;

Sus manos y Sus pies de tierra llenos,
rostro de carne y sol del Escondido,
¡versión de Dios en pequeñez humana!

*

Pedro Casaldáliga
El Tiempo y la Espera
Editorial Sal Terrae, Santander 1986

***

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento… que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. 

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. 

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí … se seca… Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.”

*

Juan 15,1-8

***

El capítulo 15 de Juan nos aproximará a Cristo. El Padre, por ser el viñador, debe podar el sarmiento para que dé más fruto, y el fruto que debemos producir en el mundo es bellísimo: el amor del Padre y la alegría. Cada uno de nosotros es un sarmiento.

La última vez que fui a Roma, quise dar algunas pequeñas enseñanzas a mis novicias y pensé que este capítulo era el modo más bello de comprender lo que somos nosotros para Jesús y lo que es Jesús para nosotros. Pero no me había dado cuenta de algo de lo que sí se dieron cuenta las jóvenes hermanas cuando consideraron lo robusto que es el punto de conexión de los sarmientos con la vid: es como si la vid tuviera miedo de que algo o alguien les arrancara el sarmiento. Otra cosa sobre la que las hermanas llamaron mi atención fue que, si se mira la vid, no se ven frutos. Todos los frutos están en los sarmientos. Entonces me dijeron que la humildad de Jesús es tan grande que tiene necesidad de sarmientos para producir frutos. Ese es el motivo por el que ha prestado tanta atención al punto de conexión: para poder producir esos frutos ha hecho la conexión de tal modo que haga falta fuerza para romperla. El Padre, el viñador, poda los sarmientos para producir más fruto, y el sarmiento silencioso, lleno de amor, se deja podar sin condiciones.

Nosotros sabemos lo que es la poda, puesto que en nuestra vida debe estar la cruz, y cuanto más cerca estemos de él y tanto más nos toque la cruz, más íntima y delicada será la poda. Cada uno de nosotros es un colaborador de Cristo, el sarmiento de esa vid, pero ¿qué significa para vosotras y para mí ser una colaboradora de Cristo? Significa morar en su amor, tener su alegría, difundir su compasión, dar testimonio de su presencia en el mundo.

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Madre Teresa de Calcuta,
Missione d’amore, Milán 1985, pp. 79s).

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Sábado IV de Pascua: ¿Y aún no me conoces…?

Hechos de los

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

 -Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Desde ahora lo conocéis, pues ya lo habéis visto.

Entonces Felipe le dijo:

– Seńor, muéstranos al Padre; eso nos basta.

Jesús le contestó:

– Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y aún no me conoces, Felipe? El que me ve a mí, ve al Padre. ¿Cómo me pides que os muestre al Padre? 

¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra. 

Debéis creerme cuando afirmo que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no creéis en mis palabras, creed al menos en las obras que hago. 

Os aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo me voy al Padre. 

En efecto, cualquier cosa que pidáis en mi nombre os la concederé, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. 

Os concederé todo lo que pidáis en mi nombre. 

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Juan 14,7-14

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El tema fundamental del pasaje es la relación entre Jesús y el Padre. El evangelista, a la pregunta de por qué Jesús es el único mediador para llegar al Padre,  responde que sólo Cristo puede conducir a los hombres a la comunión con Dios. Jesús es el camino al Padre porque conduce a él a través de su persona: él está en el Padre y el Padre en él. A partir de esta mutua inmanencia entre Jesús y el Padre se hace comprensible que el conocimiento de Jesús lleve al conocimiento del Padre (v. 7).

El lenguaje del Maestro resulta oscuro para los discípulos, y, por eso, Felipe pide ver la gloria del Padre. No ha comprendido que se trata de ir al Padre a través de la persona de Jesús. Los discípulos no han sabido reconocer en la presencia visible de su rabí las palabras y las obras del Padre (v. 9). Para ver al Padre en el Hijo es preciso creer en la unión recíproca entre el Padre y el Hijo.

Sólo mediante la fe es posible comprender la copresencia entre Jesús y el Padre. De ahí que lo único que pueda pedir el hombre sea la fe y esperar con confianza ese don. El Seńor, en su llamada a la fe, fundamenta la verdad de su enseńanza en una doble razón: su autoridad personal, que los discípulos han experimentado en otras ocasiones al vivir con Jesús, y el testimonio de Ťlas obras que hagoť (v. 11).

La obra que Jesús ha inaugurado con su misión de revelador es sólo un comienzo. Los discípulos proseguirán su misión de salvación. Más aún: harán obras semejantes a las suyas e incluso mayores. Por último, el Maestro se ocupa de animar a los suyos y a todos los que crean en él a participar en la obra de la evangelización y en su misma misión.

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A propósito de Hechos de los Apóstoles 13,44-52

Se presenta aquí una problemática muy sentida por la comunidad cristiana primitiva: el rechazo del Evangelio por parte de los judíos y la consiguiente predicación a los paganos. En nuestros días estamos menos interesados en este tipo de problemas relacionados con el derecho de precedencia de Israel a la salvación. Sin embargo, en aquella época estos problemas se consideraban con una gran seriedad y están presentados con una gran frecuencia en los Hechos de los Apóstoles (13,46s; 18,6;28,28) y en tres capítulos (9-11) de la Carta a los Romanos. Eran problemas que planteaban interrogantes y producían angustia en la conciencia de los discípulos: żcomo es posible que el pueblo de las promesas no las haya reconocido una vez cumplidas?

Aquí se subraya la alegría de los nuevos destinatarios, los efectos positivos de la persecución, el clima de optimismo que invadía a los discípulos -‘estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo’- en medio de unos acontecimientos que no se presentaban ciertamente demasiado tranquilos.

La Palabra, rechazada por los judíos, es acogida con entusiasmo por los paganos. Los apóstoles, rechazados en un lugar, se sacuden el polvo de los pies y difunden la Palabra en otros lugares. La persecución les llena de la alegría que viene del Espíritu y da la seguridad de seguir los pasos de Cristo, el justo rechazado por los hombres y exaltado por Dios.

El libro de los Hechos de los Apóstoles rebosa de optimismo, de ese optimismo que no procede de la carne, sino del Espíritu. La alegría no brota de los éxitos, sino de las tribulaciones; no procede de las realizaciones humanas, sino de sentirse configurados con Cristo, de sentirse encauzados por el camino hacia Dios.

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Te revelaste, Seńor, como invisible; eres un Dios escondido e inefable. Pero te haces visible en cada ser: la criatura es la flor de tu mirada. Tu mirada confiere el ser, Dios mío, tú te haces visible en la criatura.

Soy incapaz de darte un nombre, estás más allá del límite de toda definición humana. Socorre a los hijos de los hombres: ellos te veneran en figuras diferentes y eres para ellos causa de guerras religiosas. Sin embargo, ellos te desean, Bien único, oh Inefable y Sin Nombre.

No sigas oculto aún, manifiesta tu rostro: así seremos salvos. Responde a nuestra oración: desaparecerán la espada y el odio, encontraremos la unidad en la diversidad. Aplácate, Seńor, tu justicia es misericordia: ten piedad de nosotros, frágiles criaturas.

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Nicolás de Cusa,

cit. en G. Vannucci, El libro de la plegaria universal,

Florencia, 1985, p. 367.

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Viernes IV de Pascua: No os inquietéis. Yo soy el camino, la verdad y la vida.



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

-No os inquietéis. Confiad en Dios y confiad también en mí.

En la casa de mi Padre hay lugar para todos; de no ser así, ya os lo habría dicho; ahora voy a prepararos ese lugar. 

Una vez que me haya ido y os haya preparado el lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que podáis estar donde voy a estar yo. 

Vosotros ya sabéis el camino para ir adonde yo voy. 

Tomás replicó:

– Pero, Seńor, no sabemos adonde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?

Jesús le respondió:

– Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre sino por mí.

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Juan 14,1-6

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Los apóstoles, reunidos en torno a Jesús en el cenáculo, después del anuncio de la traición de Judas, de las negaciones de Pedro y de la inminente partida del Maestro, han quedado profundamente afectados. El desconcierto y el miedo han inundado la comunidad. Jesús lee en el rostro de sus discípulos una fuerte turbación, un peligro para la fe, y por eso les anima a que tengan fe en el Padre y en él (v. 1).

Si el Maestro exhorta a sus discípulos a la confianza es porque él está a punto de irse a la casa del Padre a prepararles un lugar. No deben entristecerse por su partida, porque no los abandona; más aún, volverá para llevarlos con él (vv. 3s).

Los apóstoles no comprenden las palabras de Jesús. Tomás manifiesta su absoluta incomprensión: no sabe la meta hacia la que se dirige Jesús ni el camino para llegar a ella; y es que entiende las cosas en un sentido material. Jesús, en cambio, va al Padre y precisa el medio para entrar en contacto personal con Dios: ‘Yo soy el camino, la verdad y la vida’ (v. 6).

Esta fórmula de revelación es una de las cumbres más elevadas del misterio de Cristo y de la vida trinitaria: el hombre-Jesús es el camino porque es la verdad y la vida. En consecuencia, la meta no es Jesús verdad, sino el Padre, y Jesús es el mediador hacia el Padre. La función mediadora del hombre-Jesús hacia el Padre está explicitada por la verdad y por la vida. El Seńor se vuelve así, para todos los discípulos, el camino al Padre, por ser la verdad y la vida. Él es el revelador del Padre y conduce a Dios, porque el Padre está presente en él y habla en verdad. Él es el ‘lugar’ donde se vuelve disponible la salvación para los hombres y éstos entran en comunión con Dios.

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A propósito de Hechos de los Apóstoles 13,26-33

En este discurso -su primer discurso programático,  Pablo desarrolla los mismos argumentos de fondo del primer discurso de Pedro en Pentecostés. Debía ser un esquema habitual en los que anunciaban la Buena Noticia en los ambientes judíos: las antiguas promesas se han cumplido ahora, a pesar del rechazo por parte de los habitantes de Jerusalén, que entregaron a Pilato a un inocente, al que Dios despertó de los muertos. Los matices del discurso son distintos, pero la sustancia es la misma: Jesús, injustamente condenado, ha sido reconocido justo por Dios mediante la resurrección. Y ésta es Ťla palabra de salvaciónť, ésta es la ŤBuena Nuevať, ésta es la realización de Ťla promesa hecha a nuestros antepasadosť: Dios es lo suficientemente fuerte para vencer el mal, incluso el más horrible. Dios dará la salvación a los que crean en su poder, el mismo poderque se manifestó en el acontecimiento pascual de Jesús.

Hemos de seńalar que Pablo fundamenta el anuncio de la resurrección en declaraciones de ‘testigos’. Pablo tiene mucho cuidado en no introducirse en el número de estos, con lo que reconoce su papel insustituible.

Él es sólo un portavoz de ‘lo que ha recibido’. Con todo, se apresura a ańadir: ‘Ynosotros os anunciamos la Buena Noticia’, introduciéndose en el grupo de los evangelizadores. Nos anuncia la Palabra de salvación a nosotros, que somos los verdaderos hijos de Abrahán (Mt 3,9), los herederos de las promesas (Gal 3,16-29), el verdadero Israel De Dios (Gal 6,16), hoy, en este contexto concreto que es el nuestro.

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Nadie escapa a la posibilidad de ser herido. Todos somos personas heridas, física, psicológica, mental, espiritualmente. La pregunta principal no es: ¿Cómo podemos esconder nuestras heridas?, a fin de que no nos resulten embarazosas, sino: ¿Cómo podemos poner nuestras heridas al servicio de los demás?

Cuando las heridas dejan de ser una fuente de vergüenza y se vuelven fuente de curación, nos convertimos en curadores heridos. Jesús es el curador herido de Dios: por medio de sus heridas nos ha sanado de nuevo a nosotros. El sufrimiento y la muerte de Jesús han traído consigo alegría y vida; su humillación ha traído gloria; su rechazo ha traído una comunidad de amor. Como seguidores de Jesús, también nosotros podemos hacer que nuestras heridas traigan curación a los otros.

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H. J. M. Nouwen, 

Pan para el viaje, 

PPC, Madrid 1999

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Jueves IV de Pascua: Marcos, evangelista.

En aquel tiempo, apareciéndose a los Once,  les dijo:

-Id por todo el mundo y proclamad la Buena Noticia a toda criatura.

El que crea y se bautice se salvará, pero el que no crea se condenará.

A los que crean les acompañarán estas señales: expulsarán demonios en mi nombre, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes con las manos y, aunque beban veneno, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos se curarán.

Después de hablarles, el Señor Jesús fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.

Ellos salieron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba con ellos, confirmando la palabra con las señales que la acompañaban.

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Marcos 16,15-20

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En la fiesta de san Marcos, la Iglesia nos propone para nuestra reflexión la última página del evangelio de Marcos, el llamado «final canónico» del segundo evangelio: no es auténtico, en el sentido de que no pertenece al evangelio originario, pero es inspirado, porque ha sido recibido por la Iglesia desde la antigüedad.

Encontramos, en primer lugar, el mandato misionero: Jesús envía a sus discípulos a llevar el Evangelio a todas las criaturas (vv. 15ss). El misionero del Padre tiene necesidad de otros misioneros; aquel que es la Palabra tiene necesidad de otros portavoces que divulguen su conocimiento; aquel que es el Evangelio hecho persona confía ahora el Evangelio a sus apóstoles: «Id… Proclamad».

El segundo elemento que encontramos en esta página evangélica describe, también en términos telegráficos, el hecho prodigioso de la ascensión de Jesús al cielo: «Y se sentó a la diestra de Dios» (v. 19). Una vez subido al cielo, Jesús entra en plena posesión de sus poderes de Mesías, Salvador, Dios.

He aquí, por último, la respuesta de los apóstoles a los mandatos que les ha dado Jesús: «Ellos salieron a predicar por todas partes» (v. 20). Se trata de una reacción no verbal, sino práctica; no abstracta, sino concreta, que se traduce en una decisión tan fuerte que da la vuelta por completo a la vida de los apóstoles e implica a muchas de las personas que les escuchan.

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Marcos era hijo de María de Jerusalén, en cuya casa se refugió Pedro cuando fue liberado de la cárcel (Hch 12,12). Junto con su primo Bernabé, fue compañero de san Pablo en la comunidad de Antioquía y en los comienzos de su predicación apostólica en Chipre. Más tarde fue compañero y colaborador de san Pedro durante su permanencia en Roma hasta su muerte; el Apóstol, en su carta primera, lo llama “hijo mío”. La tradición considera que Marcos recogió en su Evangelio las catequesis de Pedro a los romanos, y que fue “discípulo e intérprete de Pedro, aunque no hubiera escuchado ni seguido al Señor”. Cuando san Pablo estaba prisionero en Roma, le pidió a Timoteo, que se encontraba en Éfeso, que le llevara a Marcos “porque le era muy útil para el ministerio”. Según la tradición, Marcos evangelizó en Alejandría de Egipto, fundó aquella Iglesia y sufrió el martirio en tiempo del emperador Trajano. Su evangelio es reconocido, por lo general, como el más antiguo, y fue utilizado y completado por Mateo y Lucas..

Oración

Señor, Dios nuestro, que enalteciste a tu evangelista san Marcos con el ministerio de la predicación evangélica, concédenos aprovechar de tal modo sus enseñanzas que sigamos siempre fielmente las huellas de Cristo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.

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Marcos refleja a la perfección el estadio inicial de la cristología de la Iglesia primitiva, de la que nunca se podrá prescindir para comprender, por comparación, los desarrollos ulteriores de la reflexión teológica. Aunque el redactor no ha expresado con claridad y de manera orgánica su pensamiento, ha conseguido concentrar nuestra atención en la figura del siervo de YHWH, que nos redime a través del dolor y de la soledad. Su preocupación por eliminar el escándalo de la cruz es evidente, para lo cual demuestra que Jesús ha vencido a Satanás. En su debilidad actuaba la omnipotencia divina para la restauración del Reino y la derrota decisiva del poder diabólico sobre la humanidad […].

Marcos traza la imagen de Jesús más próxima a su realidad humana. Mientras que los otros evangelistas, aun afirmando de manera categórica que Jesús fue un verdadero hombre, casi transfiguran su vida, compenetrando con la luz pascual su humanidad envuelta de miseria y fragilidad, Marcos, en cambio, reproduce de modo verista la experiencia de Cristo que tuvieron los apóstoles, y en particular Pedro, durante su actividad pública antes de su glorificación a la derecha del Padre. En consecuencia, no se preocupa por atenuar las manifestaciones de su sensibilidad, que revelan sus rasgos profundamente humanos.

Sólo Marcos habla de la cólera, de la amargura, del estupor de Jesús, el cual, por otra parte, dirige preguntas a los discípulos, gime y suspira, abraza con ternura a los niños y ama al joven rico aun cuando éste no corresponda a su invitación de seguirle en la renuncia. Pero no se piense que, con esto, ha subestimado la dignidad trascendente y divina de Cristo. Al contrario, ha puesto este título a su libro: Evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios. Aunque Marcos no elabore una profunda cristología intentando sondear el misterio divino y humano de Jesús, nos documenta, no obstante, mejor que los otros evangelistas y con una probidad escrupulosa sobre la desconcertante realidad de la expoliación del Hijo de Dios, que se encarnó para llevar a cabo la salvación mediante el sufrimiento y la muerte .

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A. Poppi, 

Comentario de Marcos, 

Padua 1978

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Jueves IV de Pascua: Quien reciba a quien yo envíe, me recibe a mí mismo y, al recibirme a mí, recibe al que me envió.

Gracia antes de la comida, por Fritz von Uhde (1848-1911),
pintado en 1885, óleo sobre lienzo,
© Galería Nacional de Berlín, Alemania

En aquel tiempo, tras haber lavado Jesús los pies a sus discípulos, les dijo: 

– Yo os aseguro que un siervo no puede ser mayor que su seńor, ni un enviado puede ser superior a quien lo envió. 

Sabiendo esto, seréis dichosos si lo ponéis en práctica.

No estoy hablando de todos vosotros; yo sé muy bien a quiénes he elegido. Pero hay un texto de la Escritura que debe cumplirse: El que come mi pan se ha vuelto contra mí.

Os digo estas cosas ahora, antes de que sucedan, para que cuando sucedan creáis que yo soy.

Os aseguro que todo el que reciba a quien yo envíe, me recibe a mí mismo y, al recibirme a mí, recibe al que me envió.

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Juan 13,16-20

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El fragmento conclusivo del lavatorio de los pies vuelve sobre el tema del amor hecho humilde servicio. 

Existe un misterio por comprender que va más allá del hecho concreto, y que la comunidad cristiana debe acoger y revivir: practicar la Palabra de Jesús y vivir la bienaventuranza del servicio hecho amor recíproco. El Seńor subraya, en la intimidad de la última cena, que la vida cristiana no es sólo comprender, sino también ‘practicar’; no sólo conocer, sino ‘hacer’ siguiendo su ejemplo.

Toda la acción cristiana nace del ‘hacer’ que tiene su razón en la disponibilidad para todos los demás. El amor que salva es aceptar, en la fe, la propia aniquilación y la práctica de su ejemplo como regla de vida. Al arrodillarse ante sus discípulos para lavarles los pies, Jesús se entrega a ellos y realiza el gesto de su muerte en la cruz. Al humillarse ante ellos, les invita a entrar en la plenitud de su amor y a entregarse recíprocamente.

Con la invitación a imitar su ejemplo en la vida, Jesús se dirige a sus discípulos y, en particular, a aquel que iba a traicionarlo. El pensamiento de que uno de los suyos lo iba a entregar aflige profundamente al rabí. Con todo, su amor abraza a todos y no excluye ni siquiera al traidor de los gestos de bondad y de servicio. Lo único que le preocupa es que los otros discípulos no sufran el escándalo que provocará la traición de Judas, e intenta prevenirlos de esto citando un pasaje de la Escritura: ‘Hasta mi amigo íntimo, en quien yo confiaba, el que compartía mi pan, me levanta calumnias’ (Sal 41,10).

La denuncia anticipada, por parte del Maestro, de la traición de Judas se convierte para los discípulos en una prueba ulterior de su divinidad y en la confirmación de su presencia en todos los hechos relativos a su vida y a su muerte (v. 19). El destino de todo apóstol va ligado, inseparablemente, al de Jesús y, por medio de éste, al Padre (v. 20).

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A propósito de Hechos de los Apóstoles 13,13-25

Fue en Chipre donde tuvo lugar la conversión del procónsul romano Sergio Paulo. A partir de ese momento se llama a Saulo con el nombre romano de Pablo.

Por otra parte, este último pasa, de colaborador de Bernabé, a primer plano, convirtiéndose en el verdadero jefe de la expedición. A partir de ahora habla Lucas de ‘Pablo y Bernabé’. Con este episodio, puede decirse que comienzan los ‘Hechos de Pablo’. De Perge a Antioquía de Pisidia, situada en el corazón de la actual Turquía, hay unos quinientos kilómetros. Había que recorrerlos a pie, atravesando los montes del Tauro, expuestos a variaciones térmicas y los peligros de salteadores. Quizás se debiera a esto la vuelta a Jerusalén de Juan-Marcos.

Pero el interés de Lucas está totalmente concentrado en la Palabra. Ésta es anunciada en la sinagoga de la ciudad en el marco de una celebración litúrgica. Existe un paralelismo entre el discurso programático de Jesús (cf. Le 4,16-20) y este discurso, asimismo programático, de Pablo. Este último parte, en su argumentación, de las grandes líneas de la historia bíblica y centra su discurso en el rey David, a quien está ligada la promesa del Salvador.

La historia de Israel está presentada a grandes rasgos, porque todo en ella debe conducir a aquel que será el cumplimiento de la promesa, anunciado inmediatamente antes de la predicación de un bautismo de penitencia por parte de Juan. Presenta a Jesús como el mejor fruto de la historia de Israel y como el cumplimiento de sus esperanzas. Debemos seńalar que la difusión de las comunidades judías en la diáspora, en las distintas legiones del Imperio romano, será un terreno ya preparado para recibir el mensaje de los primeros misioneros cristianos. Tienen en común una historia y una promesa. Y tienen también en común una organización capilar de base, de la que parten para el anuncio de la Buena Noticia.

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Ha llegado la hora. Y el primer gesto que salta de aquel fatal golpe de gong, en un rito que parece predispuesto, es ir a coger un barreño. ¿Qué debe hacer quien sabe que dentro de poco morirá?

Si ama a alguien y tiene algo para dejarle, debe dictar su testamento. Nosotros nos hacemos traer papel y pluma. Cristo fue a coger un barreńo, una toalla, y derramó agua en un recipiente. Aquí empieza el testamento; aquí, tras secar el último pie, podría terminar también…

‘Os he dado ejemplo…’ Si tuviera que escoger una reliquia de la pasión, escogería entre los flagelos y las lanzas aquel barreńo redondo de agua sucia. Dar la vuelta al mundo con ese recipiente bajo el brazo, mirar sólo los talones de la gente; y ante cada pie ceńirme la toalla, agacharme, no levantar los ojos más allá de la pantorrilla, para no distinguir a los amigos de los enemigos. Lavar los pies al ateo, al adicto a la cocaína, al traficante de armas, al asesino del muchacho en el cañaveral, al explotador de la prostituta en el callejón, al suicida, en silencio: hasta que hayan comprendido.

A mí no se me ha dado ya levantarme para transformarme a mí mismo en pan y en vino, para sudar sangre, para desafiar las espinas y los clavos. Mi pasión, mi imitación de Jesús a punto de morir, puede quedarse en esto.

L. Santucci, 

Una vida de Cristo. ¿Tú también quieres irte

Cosí ello B. 1995, pp. 205-207, passim

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